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Sombras en La Red, que podría considerarse una novela de no ficción, es un trabajo de análisis  e interpretación periodística que pretende abordar un tema de vanguardia: la inteligencia de señales.

El norteamericano Washington Post y el británico The Guardian, revelaron en 2015 la existencia del programa Prism, un proyecto de la agencia norteamericana NSA, que monitorea todos los contenidos informáticos que pasan por las empresas de tecnología Microsoft, Apple, Google, Yahoo… 

Estados Unidos, Yugoslavia, Rusia, Estonia, Irán, Iraq, Israel, China, se convierten en hilos de la trama. Cada uno trata de interceptar las comunicaciones del adversario, utilizando la vigilancia visual por medio de dispositivos de imágenes, cámaras y sensores que ponen en operación desde aviones y sistemas satelitales.

Personajes de la talla de George W. Bush y Barak Obama (ex presidentes de Estados Unidos), Keith Brian Alexander (ex director de la NSA), Robert S. Muller III (ex director del FBI), Slobodan Milošević (ex presidente de Yugoslavia), Dragan Vasiljković (ex paramilitar yugoslavo), Mahmud Ahmadineyad (ex presidente de Irán), y otros, desfilan a lo largo del presente trabajo, moviéndose libremente en el complejo decurso del mundo cibernético, y moviendo, ellos mismos, a su antojo, los hilos del poder digital.

Entran en acción las agencias de inteligencia más poderosas del mundo: la NSA, la CIA, el FBI, la Unidad 8200 de Israel. La OTAN, presta y global, emerge como una sombrilla con diversos intereses, y recursos que debieran servir para la supervivencia de los seres humanos, como la Central Atómica de Natanz, en Irán, mutan en poderosas armas para matar.

Programas “secretos”, con nombres en clave tan ambiguos como sibilinos, Cisne Negro, Echelon, Myrtus, cobran vida para, desde rincones insospechados,  amenazar la privacidad de las personas, y quizás, la estabilidad de la democracia. Vigilan a todo el mundo, no es claro si con la complicidad o con la resistencia de las más grandes e influyentes empresas tecnológicas: Facebook, Google, Apple, Microsoft, Yahoo, Dropbox, PalTalk, AOL, Skype, YouTube.

Para levantar un muro de defensa se alzan los medios de comunicación: CNN, The Guardian, The New York Times, Los Ángeles Times, que publican y hacen resonar las denuncias de inconformes como Edward Snowden y Bradley “Chelsea” Manning,  que lo arriesgan todo para que no perdamos lo ganado durante siglos.

Y como si esto fuera poco, nacen páginas virtuales como WikiLeaks, detrás de ellas hombres como Julian Assange, para confrontar la amenaza con toneladas de bits y bytes de información, filtrada y por certificar.

Comunicadores activistas, siempre presentes y atentos, como Glenn Greenwald o Laura Poitras, escriben libros y hacen documentales para divulgar la guerra de represión contra cámaras, correos, chats y comunicaciones encriptadas. 

Y en medio de esta guerra, hay quienes sufren y mueren como consecuencia del daño colateral: ocurrió con el ataque de Estados Unidos en Iraq, donde perdieron la vida dos periodistas que trabajaban para la agencia de noticias Reuters: uno era el conductor Saeed Chmagh, y el otro, el reportero y fotógrafo Namir Noor-Eldeen. ¿Su pecado?: estar en el lugar equivocado, el día equivocado, a la hora equivocada, para unos, delinquiendo y, para otros, haciendo su trabajo.

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