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Un personaje literario está mejor construido cuando cala en la gente, con sus características físicas, sus sufrimientos, sus actuaciones de día a día, y cala tan bien que, incluso, llega a hacerse casi real, como si fuera de carne y hueso. Es lo que sucede con el Harry Potter de J. K. Rowling, el chicuelo aprendiz de mago y hechicería, que con sus amigos Hermione y Ron, viven cualquier clase de aventuras en el Colegio Hogwarts. ¿Qué niño no los conoce? De no creer es que Joanne Rowling, su creadora, recibiera de sus editores el «sabio» consejo de cambiarse el nombre, por uno que no delatara la presencia de una mujer detrás de su creación, por temor a que no se vendiera el primer libro. La autora decidió firmar con la primera letra de su único nombre (J) de Joanne y su apellido. La (K) viene del nombre de su abuela que se llamaba Kathleen. Después de esa experiencia la autora a menudo se firma Joanne Murray para sus asuntos personales, y entre 2013 y 2018 firmó la serie de libros Cormoran Strike con el seudónimo  Robert Galbraith. Como si definitivamente hubiera desaparecido la original Joanne Rowling. ¿Estrategia comercial o ansias de anonimato. 

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