Supongamos que te levantas y empiezas a cumplir las laboras rutinarias, esas que ejecutas casi automáticamente cada mañana: te bañas, te vistes, comes algo de desayuno con rapidez y te lanzas a la calle. Resulta que esperas el bus, y vas tarde. Y justo cuando el bus aparece en el horizonte se acerca una mujer que adorna su larga cabellera rubia con un bonito sombrero, rostro perfectamente delicado para tu gusto, un vestido azul escotado que le llega arriba de las rodillas, y camina como sobre algodones con sus pequeñas chanclas. Y, ¡Oh, sorpresa!, cuando el bus está casi a tus pies y la gente empieza a arremolinarse para subirse y conseguir una silla para viajar sentados, la chica pasa a tu lado y dice, casi susurra, como una invitación: «Sola».
La chica sigue caminando, y el bus, mientras te has entretenido con ella, también se ha llenado y está a punto de arrancar. ¿Qué haces? ¿Qué sigue en la vida de la mujer? ¿Qué sigue en la vida del bus, en la vida de quienes se han montado en él y se dirigen a sus trabajos? ¿Qué pasa contigo? ¿Qué pasa con el ambiente, con el clima? ¿Qué pasa con tu cabeza que piensa sin dejar de pensar?
Recuerda que vas tarde. No sabemos para dónde, pero vas tarde. Y tienes dos opciones: te montas finalmente al bus, y ves como la mujer se aleja; o sigues a la chica y ves como el bus arranca y se va.
La verdad es que el asunto es bien trivial, algo que puede pasar todos los días, aunque, claro, no a todos. Sin embargo, más allá de las casualidades y las probabilidades, está el hecho de que en esa situación, aparentemente anodina, hay no una, sino muchas, muchísimas historias. Veamos:
Puedes, por ejemplo, centrarte en contar el paso circunstancial de la chica, pero decides contar cómo te montas al bus, y mientras este se aleja no dejas de pensar en ella, en la mujer, en lo que pudo ser y no fue. O puedes escribir que la olvidas, porque da la casualidad de que otra interesante situación se ha desatado dentro del bus (una pelea, un frenazo repentino que casi ha tumbado a todos, un olor que ha estallado en el aire abruptamente provocando los gestos y las malacaras de algunos y los improperios al malnacido por parte de otros), que ocupa la atención de los ocupantes, y tú, como todos, te concentras en esa situación. O puedes escribir que sucede que cuando el bus ha avanzado unos metros, o unas cuadras, piensas que no puedes dejar pasar la oportunidad de atreverte a acercarte a esa mujer que sabes que no vas a poder olvidar y por lo tanto es mejor bajarte, seguirla, alcanzarla y plantarte frente a ella y dejar que el mundo piense que cuando un hombre que nunca una mujer ha visto antes, de repente se le acerca y le habla, es porque ella usa… ¿cómo decía el comercial?… Impulse.
Ahora, puedes no narrar nada de eso, y en cambio, narrar tu historia, la historia que tú vives en tu interior, en tu cabeza, mientras todo sucede sin que te importe nadie ni nada más (te ronda lo que piensas, lo que sientes, lo que deseas, lo que no te atreves a hacer pero quisieras, en fin). Pero también puedes narrar lo que crees que pasa con la mujer cuando al fin se aleja, sola: tal vez sigue sola, hablando sola, y al fin no te había dicho «sola» a ti, para que la siguieras, sino que llevaba un audífono inalámbrico e invisible en la oreja, conectado vía Bluetooth a un celular que llevaba muy escondido entre la coca izquierda de su brasier, y hablaba con alguien que estaba al otro lado de la línea telefónica; ese alguien le había preguntado con quien iba caminando para el trabajo, y ella, justo cuando pasaba junto a ti, dijo: «Sola». ¡Qué iluso tú, no?
También podrías contar lo que piensas mientras ves acercarse el bus, ves acercarse a la mujer, igual nadie te importa, porque lo que en realidad te importa es lo que te inquieta, lo que vive en tu cabeza hace bastantes días, y quizás hoy es el día de explotar; vas tarde, sí, pero cuando el bus pare para recoger a los pasajeros, no te montarás, quieres perder el transporte, sabes que perderlo te hará llegar tarde otra vez al trabajo, que eso te costará el empleo, pero es justamente lo que quieres, que te eche «ese maldito jefe cabrón», así nunca más tendrás que verle la cara de perro arrepentido.
En fin, como ves, la situación es pequeña, casi nada: gente en la calle, cada uno en lo suyo en medio del tráfico bajo el cielo de la mañana, y nada más. Pero resulta que cada ser humano tiene una cabeza que aloja una mente, una «loca de la casa», y todas esas mentes piensan. La tuya también. Y tú buscas algo de qué escribir. Y no sabes qué. Solo tienes esas escena, esa situación anodina, y te preguntas, de qué escribir, qué buena historia, qué historia interesante puede ocurrírseme para plasmarla en el papel. Pues bien, las ideas están ahí, en la calle, en la vida, alrededor de las personas, con ellas, por ellas, para ellas. Solo tienes que mirar, y escribir. Porque cualquier pequeña situación puede encender la llama de una historia.