Siempre he considerado a Barranquilla mi segunda patria chica. Allí viví tres años de mi juventud, tan ricos de experiencias, que me llené de ellas y, con frecuencia, me asaltan pensamientos de aquel tiempo, de aquel lugar y de las personas de allí. Uno de esos pensamientos se revolcó en mi memoria con la llamada de WhatsApp de una vieja amiga de aquella tierra (que, curiosamente, ahora vive apenas a unas cuadras de donde vivo yo). Se trata de una edificación imponente y curiosa, ubicada en un sector en el que confluyen los barrios El Prado, Montecristo y Abajo. Se llama Teatro Amira de la Rosa, y es el centro neurálgico de la cultura de la ciudad. El nombre de la emblemática construcción se lo debe a una escritora colombiana que apenas, quizás ni apenas, los barranquilleros recuerdan que fue escritora. Amira Arrieta McGregor de la Rosa, ese era su nombre de pila, fue escritora, pedagoga y diplomática. Y además de autora de piezas de teatro como Las viudas de Zacarías, Madre Borrada, Piltrafa, y del libro de cuentos La luna con parasol, escribió la letra del actual himno de Curramba, la Bella (Curramba, la Bella: pronunciación inversa de las sílabas de la abreviatura Barranq (q-rran-ba)). «Barranquilla, procera e inmortal / Ceñida de agua y madurada al sol / Savia joven del árbol nacional / De jubiloso porvenir crisol.»