El pasado fin de semana tuve la oportunidad de conversar telefónicamente con un amigo del pasado. Hablamos de la pandemia, de los efectos que había tenido en su vida y en la mía, de lo que cada uno había hecho desde hacía mucho tiempo hasta hoy (aunque muy resumidamente), y luego pasamos a un tema que surgió porque hablé de mi emprendimiento de la venta de mis libros a través de la tienda virtual Amazon.
«Tú sabes que escribo desde hace muchos años», le dije a mi amigo, «incluso, desde que estábamos en la Universidad Nacional estudiando Ingeniería Eléctrica».
«Sí», me respondió él. «Recuerdo que una vez nos mostraste, en la cafetería de Minas, un libro que habías escrito, uno de cuentos».
«Así es», le dije yo, «Historias cruzadas. Fue mi primera obra publicada y lo pienso reeditar ahora que tengo una editorial. Desde entonces he escrito bastante, hasta aproveché los conocimientos que adquirí en la carrera para escribir tres libros sobre electricidad».
«¿No me digas? ¿De veras?», me preguntó mi amigo abriendo mucho los ojos, como si le acabara de decir que me había lanzado desde un avión sin paracaídas.
«Sí, claro», le dije yo a su vez. «Uno se llama Principios de electricidad, el segundo se llama Electrónica básica, y el tercero Amplificadores operacionales y otros dispositivos especiales. La verdad es que se han venido bastante bien, y eso me alegra mucho, pues cuando en su momento los escribí, lo hice para ayudar a mis estudiantes de electricidad y electrónica que dictaba en una institución de Educación no Formal en Medellín.
Mi amigo se quedó pensando unos momentos, en silencio, yo pensé que se había desconectado la llamada, y entonces dije «¿Aló?». Fue cuando él pareció como despertar y me dijo:
«¿Y cuánto cuesta cada libro?».
«Puedes comprarlo en formato Kindle, y te cuesta US$4,99; o pedirlo en papel y Amazon te lo hace llegar a tu casa; en ese caso te cuesta US$9,99.
«Umm», mi amigo se volvió a quedar en silencio, luego dijo a través de la línea telefónica: «Un poco caros, ¿no?»
«¿Te parece?», le pregunté.
«Un poco», volvió a decir.
«Estoy de acuerdo en que para algunas personas puede resultar un poco alto ese valor», le dije, «y es por eso que los libros están cargados de información útil, para que al estudiarlos el lector sienta que ha hecho la mejor inversión»
Mi amigo guardó silencio.
«Y agregaría», continúe diciendo, «que el tema no es el costo, sino cuánto dinero ganará (o ahorrará) el lector si utiliza la información que encontrará en el interior de cada tomo. Los libros contienen teoría, una buena cantidad de ejercicios resueltos y otros propuestos para que el lector practique, y además, al final de cada capítulo, hay un buen número de ejercicios y tareas para que el lector afiance lo aprendido. Tal vez es por eso que los libros han sido descargados cientos de veces a aparatos kindle, y han sido pedidos en papel otras cientos de veces, por personas desde Estados Unidos hasta Japón y desde Alemania e Inglaterra hasta España y México. Por lo que diría que la gente ha sabido encontrar el valor que tienen, y que la voz de su valor se ha corrido».
«Sí», debe ser que sí, «dijo mi amigo como si se acabara de convencer».
Por un momento me sentí complacido de lo que había logrado al escribir mis libros, y también de lo que habían servido a tantas personas que los han utilizado como textos de referencia.
De pronto, abruptamente, mi amigo cambió de tema, me preguntó por una chica de los tiempos de universidad, y yo, dejando de pensar en mis libros, hice memoria y me metí en el nuevo tema de la conversación.